Ni manjares, ni guirnaldas, ni azahares.

Deseo contarles ahora una historia
que aconteció en Celica, por el lejano 1955

Teresita Rìos, tenia por nombre,
una hermosa orquídea o rosa en flor de Celica,
que sin medir lágrimas, mañana y tarde;
esperaba la llegada de un mensaje, un telegrama,
una misiva, una razón para ella.

Él, garboso militar, joven y apuesto,
muy enamorado, colmado de ilusión,
a su señora madre, la mano de su hija pidió;
pero el destino adverso, nunca les favoreció.

Pronto, en la Ordenanza del Ministerio
su nombre escrito estaba, para un largo Curso,
de promoción a futuro regio Oficial,
en el Colegio Militar de la Capital.

Tenía premura, apuro, seguridad,
equipos y responsabilidades entregó
al nuevo Operador de Radio
que lo reemplazaba en la Unidad;
pidiéndole eso si, que le hiciera llegar
mensajes y telegramas, a su amada beldad.

Teresita esperaba con ansia los breves mensajes;
decía que pronto llegaría diciembre;
que él volvería, que nunca, nada importaba,
se encontrase distante; que seguiría esperándolo;
que un año pasa pronto, siempre insignificante,
que la vida sigue airosa, vuelve de su largo peregrinar.

Una tarde lúgubre, airosa me contó:
que había hecho oración, al Santo Patrono milagroso,
por el prometido ausente, ya tan solo un recuerdo,
cual una copa llena, añeja de vino,
como una carta extraña, triste, sin respuesta;
había orado sin pesar, por aquellos que no aman.

Llegó diciembre y su lejano héroe,
nunca vino su amada;
que pena, muchísima pena,
si los pájaros hacen su nido en primavera.

La tristeza estuvo presente
en sus soñadores ojos negros;
en los aciagos días de crudo invierno,
en los que duele más la ingratitud, como el averno.

Un día cualquiera, pasé por su vivienda;
quise verla, ansiaba saludarle,
pero sólo encontré a su señora madre,
que muy distante y desconsolada,
apenas pudo con dificultad decirme:
Mi única hija Teresita, ya no está más.

Ya no hacen falta telegramas, misivas o azahares,
se ha ido a un monasterio, a una ciudad y país lejanos;
donde ya no tendrá pesares, ni vestido blanco, ni dardales;
no está, no volverá más.

La madre se quedó sola,
con recuerdos, añoranzas y memorias,
sola con el tiempo, que en silencio le acompañaba,
sin la alegría natural de su Teresita de Ávila.

Alonso Flores Velasco,
Miembro del Número de la Casa de la Cultura Pastaza.
Puyo, 29 de julio del 2014

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