Todos los charcos de Puyo rebosaban de renacuajos,
Los grillos, con sus patas inquietas,
desataban un concierto frenético,
una sinfonía que ensordecía la ciudad,
apagando las voces humanas,
imponiendo su lenguaje natural.
Desde el cielo caía una danza de rayos,
los truenos rugían con furia,
callando cualquier intento de palabra.
Los relámpagos alumbraban sobre las calles empedradas,
dibujando fantasmas en la noche.
La lluvia caía sin piedad,
sus gotas eran salvajes lanzas de agua,
golpeaban techos, suelos y almas.
Mientras tanto, el río crecía,
sus olas devoraban la ribera,
arrasando todo a su paso,
como una bestia desatada en la tormenta.
Era Puyo en su estado natural,
cuando la gente no amenazaba
y se podía amar.
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