Admiro a quienes tropiezan y se levantan de nuevo, a pesar de sentirse abrumados por la derrota.
Valoro a aquellos que, sin importar cuántas veces fallen, vuelven a intentarlo con renovada fe.
Admiro a quienes, incluso cuando la desesperanza los embarga, encuentran en el Señor el apoyo para erguirse una vez más.
Admiro a quienes han emergido del abismo y, desde las cenizas, vuelven a elevarse.
Admiro a los derrotados, porque ellos construyen el mundo de esperanza que hoy conocemos.
Son los que han superado adicciones, enfermedades, dolores y burlas. Ustedes son dignos de admiración.
A los que fracasaron en sus empresas y perdieron todo, pero al día siguiente se secaron las lágrimas y volvieron a soñar, también los admiro.
Los derrotados, los fracasados, los caídos, son los hombres exitosos del mañana. No hay éxito sin un continuo viaje a través de la derrota.
La mayoría de ellos se levantan de nuevo, aferrados a la vida, a los sueños y a la esperanza.
Yo soy uno de ellos: ayer caído y hoy levantado, dispuesto a brillar con la luz eterna del Rey de reyes.
Toda la gloria la debo al cielo.
D. E.
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