Amazanga (7 de agosto 2013)

Vuelves camuflada en las millones de gotas que caen del cielo puyence,

vuelves verde, joven, radiante y victoriosa para posarte en el altar de nuestros sueños.

Vuelves escondida en múltiples máscaras, disfraces de mates, wairuros, san pedros, mandurus y wuitucs.

Vuelves encarnada en amarun, yanapuma, conga, ortiga y orquídea.

Como rocas constantes que desgastan el urku, amenazando la wasi,

con el Pastaza, su garganta de fuego y sus olas bravías en el borde de un paraíso complejo.

Vuelves del pasado al presente,

emergiendo desde el fondo de tus tolas sagradas,

con tus hijos e hijas del Pinduc,

y del templo sagrado del Zulay.

Vuelves ahorcando, envolviendo, abrazando y engullendo toda tu selva,

entonando el tuntui,

afilando la lanza y preparando la tzantza,

tejiendo la arcilla,

cocinando wayusa,

tomando asua,

bailando,

gritando al ritmo del tambor y creando vida.

Vuelves para reclamar las almas y vengar tanta maldad extranjera.

Vuelves para llenar de luz esta agónica oscuridad petrolera.

Vuelves, oh Amazanga, reina de la libertad, verdadera guerrera.




Madre Selva

 Al cerrar los ojos exhaló el cálido aire que me rodea, dejo que las primeras gotas del aguacero caigan en mi cara, siento un placer indescriptible al escuchar a los grillos cantar y al agua chocar contra la piedra, cierro los ojos por qué puedo así sentir mi espíritu regocijarse de éxtasis al saber que se siente bien estar en la selva.


No exagero al afirmar que este es el mejor lugar para un poeta, pero también lo es para el cansado trabajador. La pausa es vida, parar es importante para el alma, la demente carrera por ser alguien en el mundo nos corta la meta más alta: ser feliz, la felicidad no está en los placeres que ofrece el mundo, la felicidad está en encontrar la paz. Esa paz que encuentro siempre en la Madre Selva.

La avenida Silencio (agosto 2016)

La ciudad respira una tregua, son las 5 de la mañana, algunos pasos tímidos por la acera, los negocios más truchos suceden en la esquina, algunas almas en pena deambulan grises por el adoquín, las penas yacen libres soltando polvos de colores, mientras en la bruma de la neblina los faroles encendidos matan insectos con furia, son asesinos en serie; yo aprovecho y saco mi arma y disparo y detengo al unísono el tiempo como un túnel del espanto, mientras contemplo solitario la belleza de la avenida Silencio, porque es esta, la hora que mejor tengo.






Oda a la esperanza

Admiro a quienes tropiezan y se levantan de nuevo, a pesar de sentirse abrumados por la derrota. 


Valoro a aquellos que, sin importar cuántas veces fallen, vuelven a intentarlo con renovada fe. 


Admiro a quienes, incluso cuando la desesperanza los embarga, encuentran en el Señor el apoyo para erguirse una vez más.


Admiro a quienes han emergido del abismo y, desde las cenizas, vuelven a elevarse. 


Admiro a los derrotados, porque ellos construyen el mundo de esperanza que hoy conocemos. 


Son los que han superado adicciones, enfermedades, dolores y burlas. Ustedes son dignos de admiración.


A los que fracasaron en sus empresas y perdieron todo, pero al día siguiente se secaron las lágrimas y volvieron a soñar, también los admiro. 


Los derrotados, los fracasados, los caídos, son los hombres exitosos del mañana. No hay éxito sin un continuo viaje a través de la derrota.


La mayoría de ellos se levantan de nuevo, aferrados a la vida, a los sueños y a la esperanza. 


Yo soy uno de ellos: ayer caído y hoy levantado, dispuesto a brillar con la luz eterna del Rey de reyes. 


Toda la gloria la debo al cielo.

D. E.