El primer recuerdo que surge en mi memoria es una casa de cemento de tres pisos llena de gente, con divisiones hechas a mano de manera empírica, era una casa inmensa, por lo menos así lo veía en ese tiempo. Una casa colgada en un domo volcánico, cerca y al mismo tiempo lejos del centro de Quito.
Cada personaje que vivía en esa casa era muy particular. Desde la amplía ventana del departamento donde vivía solía mirar fascinado a estos particulares vecinos, unos eran comerciantes, otros empleados públicos, otros se ganaban la vida al día. Habían escarabajos y troopers estacionados afuera de la casa. Habían muchas fiestas y pájaro azul. Había mucha ropa colgada en los rieles del único patio de la casa. Patio que era el centro de la vida social de sus habitantes. Vivian más de 10 familias en esa casa.
Era una casa de los años setenta, dónde nunca había silencio, siempre había bulla, mucha bulla, habían gritos, llantos, risas, pero nunca había silencio, hasta bien entrada la noche mis amigos jugaban a la pelota. La pelota era el centro de todos los juegos, la misma pelota vieja servía para armar partidos de fútbol, para jugar a los quemados, a los países. La pelota era todo lo que necesitábamos para ser felices.
De todos los vecinos había uno que más me llamaba la atención, vivía en la esquina más lugubre de la casa, nunca abría las ventanas de su casa, había un edor a humedad muy fuerte, vivía ahí encerrado casi siempre y solo, era muy delgado, en su rostro siempre se notaba enojo. Vestía siempre con pantalones de tela, camisas muy bien planchadas, una chaqueta deportiva negra cubría su pecho, cuando salía de su guarida, llevaba el periódico siempre dentro de su brazo, parecía que El Comercio era una parte más de su cuerpo.
Su cabello negro brillaba intensamente en el sol y estaba siempre bien peinado, usaba crema wellaform para darle uniformidad a su crespo pelo.
Este vecino uraño, era el que menos saludaba, el que menos socializaba, el que menos hablaba, no hablaba con nadie, le molestaba la bulla de la casa, le molestaba que juguemos todos los niños de la casa en el pequeño patio de cemento ubicado en el centro de la vivienda entre las dos piedras de lavar y un baño y ducha que ocupaba unos vecinos.
Alguna vez de un pelotazo rompí la ventana de su departamento. Salió violentamente por su puerta a retarnos, todos salimos corriendo a refugiarnos en nuestros departamentos. Fue la vez que ví toda su ira marcada en su rostro, estábamos muy asustados. Algún adulto salió a defendernos y se armó la pelea del año en la casa, puñetes iban y venían, desde la ventana de mi casa , ví caer al delgado vecino rendido en el cuadrilátero de la casa, por primera vez le ví débil al hombre de cabello brillante que todos teníamos, desde ese día ya nadie le temia, pero del miedo pase a la pena, ver su fragilidad y su soledad me marcaron en la memoria. No olvidó su cabello brillante, ni su conmovedora soledad.
Cuento de :Diego Escobar