Aquí estamos, con la sangre goteando de a poco,
testigos de cómo poco a poco la autodestrucción va haciendo efecto,
ya no quiero juzgar a los locos armados.
Esta bien armarse en este mundo de engaño permanente,
armarse para amarse primero,
armarse de valor para crear nuestro propio cielo,
antes que la locomotora del miedo te aplaste sin cesar,
haciéndote mierda una y otra vez.
¿Como renacemos, si no es de las cenizas, cierto?,
¿cómo sabemos si ya somos cenizas?
¿cómo podemos volver a comenzar, si no es muriendo?
¿cómo podemos volver amar?
si no es dejando nuestro cuerpo descansar.
Confiar solamente en el instinto,
armado de arquetipos fugaces como el viento...
¡Hay si supieran! lo frágiles que somos al tocar su fragante veneno...
No habría tantos locos deambulando por el mundo...
Los diablos solo amarrados están, pero siguen vivos,
las ganas de hacerse añicos por caer otra vez en sus besos malditos,
sigue intacto,
somos la ignorancia emocional quemándose una y otra vez en la luz de los ojos de la maldición hecho piel...hecho lujuria...hecho mierda
Soy víctima de un exorcismo mal hecho, un exorcismo incompleto...
Si me dices ven, voy como imbécil aunque no me ames, aunque me engañes, aunque todo este mal y nada bien, aunque quiera protegerme, ya no puedo...porque prefiero un beso o un amor falso que la realidad de la soledad...que la realidad de un día sin tocar tu piel, aunque hace rato dejo de ser mía...este circo de llama miedo.
Ojala un día salga de esta mierda a cualquier lugar sin destino, sin miedo salir para llegar a construir mi propia respiración en un pueblo desconocido con el viento acariciándome el rostro como señal de nuevo renacimiento.
Barbas y corona de plumas. (la historia de amor de mis padres)
Publicado por: Diego Escobar - lunes, 11 de mayo de 2020
Está mujer de Milagro, conserva aún la belleza de toda costeña y la humildad de quién también creció de niña entre las montañas verdes y el sonido del tren que perseguía con otros niños en Bucay.
Vivió su adolescencia y juventud en la caliente, caótica y despreocupada Guayaquil, conoció en Quito a un joven amazónico con barbas y corona de plumas que había llegado desde Puyo a estudiar en la Universidad Central.
El amazónico se flechó de inmediato como suele pasar con las exóticas flores del litoral, ella cayó en la labia del singular Puyence.
Se casaron y posteriormente me fabricaron en el frío helado de San Bartolo, la vida transcurría entre sus jornadas intensas en una Clínica frente a la Universidad Central, enfermera de profesión, atendió y ayudo a muchas mujeres a traer hijos al mundo.
Ahí también le ayudaron a ella un 25 de enero de 1982 a dar a luz al primogénito hijo de Juan Escobar y al primer nieto del caballero Don Amadeo Escobar y Doña Georgina Villarroel, el bebé se llamaba Diego Xavier Escobar Duche.
Con mucho esfuerzo y dedicación mí madre ayudó a mí padre adquirir su primera casa en el tradicional Barrio La Tola Baja dónde vivieron alquilando un pequeño departamento por años.
Gracias al boom de la exportación de artesanías de balsa, mí madre convenció a mí padre comprar la casa que se puso de venta, con el ímpetu necesario junto a mí padre pasamos de ser arrendatarios a dueños de casa. Fue ese uno de los momentos más felices de mí madre. Mi padre trabajó muy duro para darnos a sus hijos la mejor educación y darnos uno que otro capricho.
Después llegaron como bendición dos hermosas niñas que alegraron y llenaron la casa con sus gritos, llantos, sonrisas, la alegría de papa y mamá. Yo era el hermano más feliz del mundo, ellas eran mí mundo.
Luego vino la oscuridad fatal de la enfermedad, fuimos separados los hermanos y la familia se dividió por partes, el mundo de repente cambio completamente, pero mí padre nunca dejo de velar por la salud de mí madre.
Después de varios capítulos de dolor por la fe de mis padres, la familia pudo volver a juntarse y de ahí hasta que cada hijo tomo su camino no volvimos a separarnos más.
La recomendación médica era vivir en un lugar tranquilo, así fue como a mis 14 años junto a mis padres y hermanas llegamos a finales de los años noventa a Baños de Agua Santa.
Aquí mí madre encontró paz y se recuperó casi al 100%. Sin duda los capítulos de nuestra vida en Baños fueron las más felices de nuestra vida. Vivíamos en una casa en medio del bosque, tenía piscina y se podía ver en el horizonte en días despejados al Volcán Tungurahua y su hermoso cono de nieve. Mi padre nunca de descuido de cada uno de sus hijos, un padre muy protector, trabajador, emprendedor, un ejemplo para sus hijos.
Esta mujer que ahora tiene canas tiene un sentido del humor exquisito, siempre que estamos juntos estamos riéndonos sin parar con mis hermanas, es alegría y luz, a pesar de las duras batallas de su vida, a pesar de haber crecido sin sus padres, a pesar de las dificultades económicas, a pesar de sus enfermedades, siempre tiene tiempo para hacernos reírnos sin parar.
Eso es ella, alegría y luz... el es un guerrero amazónico.
Los dos siguen juntos a pesar de las duras pruebas de la vida y la enfermedad, mi madre sigue junto a mi padre, ese hombre de barba y corona de plumas de quien ella se enamoró en la fría capital en los ochenta.
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